viernes, 10 de mayo de 2013

FIESTA DE LA ASCENSIÓN

Las fiestas pascuales se acercan a su cumplimiento. El domingo próximo, si Dios quiere, celebraremos la Ascensión del Señor y el siguiente, Pentecostés.

En el Antiguo Testamento, “ascensión”, “elevación” y “glorificación” son tres palabras sinónimas para indicar la entronización de un rey, la toma de posesión de su reino. Eso es lo que celebramos en la Ascensión de Jesús: el triunfo definitivo del Señor resucitado sobre el pecado y sobre la muerte, el cumplimiento de su misión salvadora, la manifestación de su gloria, su entronización “a la derecha del Padre”.

La “ascensión” de Jesús se comienza a realizar en el momento de su crucifixión, tal como Jesús indicó en varias ocasiones: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre para que todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,14-15); “Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,23). Por eso, al hablar de su pasión, los evangelios dicen: “Estando para cumplirse los días de su ascensión, Jesús se dirigió resueltamente a Jerusalén” (Lc 9,51).

La Pascua de Jesús es su pasión, muerte y glorificación. La “hora” de Jesús, su “elevación” para salvar a los hombres atrayéndolos hacia sí comenzó en la cruz, continuó en la resurrección y llegó a plenitud en la Ascensión y en el envío del Espíritu Santo sobre los creyentes. Estos acontecimientos son las distintas etapas de un único proceso. El que “se despojó de su rango, tomó la condición de esclavo y se abajó hasta la muerte de cruz, ha sido exaltado sobre todo” (cf. Fil 2,6ss).

 “Antes de las fiestas de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre…” (Jn 13,1). Como sabemos, la palabra Pascua significa “paso”. Cristo ha dado un único paso de la cruz a la gloria, pero nosotros necesitamos de días y de años para comprender algo de este misterio, por eso en nuestras celebraciones cada vez ponemos la mirada en un solo aspecto de este proceso.

La Ascensión de Jesús supone la apertura del cielo para los creyentes, la salvación de los que confían en Él. Por eso, en el momento de su muerte, Jesús puede prometer al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43). Nosotros confiamos en poder estar un día con Cristo en el Paraíso. Mientras tanto, procuremos ser testigos de su resurrección en el mundo.

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P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

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