miércoles, 30 de noviembre de 2011

ENCUENTRO LÉRIDA 2011

- Desde el comienzo del Encuentro la alegría era desbordante.. Muy original la idea de Valladolid para conocer más la realidad de cada grupo. Fueron unas canciones maravillosas y una manera de expresar que nos une una misma misión anunciar la belleza de la Madre Iglesia”.

- El tener a Morelia Suarez y Lidia de Colombia entre nosotros ha sido un gran regalo, ya que sus testimonio como cristianas comprometidas y la firmeza de su fe en Cristo Resucitado, les a llevado a amar a la Iglesia, en esa dimensión tan profunda que el Padre Palau nos enseña “ Dios y los prójimos en un mismo amor”. Y esa gran convicción de ellas, de que por nuestro hecho de ser bautizados, somos llamados a ser profeta = anunciar las maravillas del Evangelio y denunciar las injusticias; sacerdote = estar al servicio de los demás y rey= a ser” otro Cristo” , viviendo con humildad, sencillez y basando todas nuestras acciones en el AMOR.

- La celebración de la Eucaristía en el Santuario de Santa Teresita, una gozada, al vernos todos reunidos en una misma mesa y sentir que somos una misma familia, unidos a Cristo que es la Vid verdadera y que cada uno con la fuerza del Espíritu, somos llamados a anunciar la Buena Nueva a nuestro mundo, hoy dolorido por tantas crisis y que como el Padre Palau seamos testigos del amor de Dios.

- De la visita a los lugares palautianos:, Lérida, Aitona y Tarragona, para mí los que más me ayudaron a profundizar más en la vida del Padre Palau.

-El Crucificado en la Iglesia de San Lorenzo de Lérida, porque en El, Francisco Palau tuvo que confiarse muchas veces para entender el dolor que el mismo sentía al tener que vivir exclaustrado.

-La Parroquia de San Antolín de Aitona, donde aquel remoto día de diciembre de 1812 recibió las aguas bautismales y la fuerza para más tarde ser profeta en medio de su mundo.

-La Cueva de Aitona, después de escuchar la bella reflexión de José de Badalona y de tener un rato corto pero intenso de oración dentro de la cueva, se respiraba paz y la cercanía del P.Palau. En ella vi expresiones en los rostros de muchos de los miembros del CMS que no se pueden explicar con la boca, sino con el corazón.

- La Academia, un sitio fabuloso y más el saber que la finalidad de dicha institución es honrar a María.

- Que el encuentro no se quede en estos hermosos días vividos, no olvidemos las palabras que nos decía Morelia: “desde nuestra misión como bautizados es de anunciar la alegría del Evangelio, viviendo en fraternidad y unidad , haciendo realidad la presencia de Dios en nuestras vidas y amando sin medida a los hombres y mujeres de nuestro tiempo como lo hizo Francisco Palau.”

Pedro José Hernández

CMS MOLINA DE SEGURA

DESDE MENORCA

Es renovador y provechoso el convivir, poder intercambiar experiencias y reflexiones particulares.

Como a pesar de adversidades se quiere seguir acudiendo y creciendo como C.M.S. no tan sólo en número, sino, en fuerza de compromiso.

La visita de Morelia, la impulsora del CMS, para mí fue enriquecedor y muy provechoso. Hago mías sus palabras:

“Insistir, Resistir, Persistir pero nunca, Desistir.”

Las visitas muy vividas y la celebración del domingo nos hizo sentir familia.


Mª Magdalena

C.M.S.Menorca.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Los personajes del Adviento: Isaías

En la liturgia de Adviento, la Iglesia deposita su mirada principalmente sobre cuatro grandes figuras bíblicas (Isaías, Juan Bautista, María y José), que le ayudan a vivir este tiempo con autenticidad.
Isaías.El primer personaje es el que muchos autores antiguos llaman el evangelista del Antiguo Testamento. Se lee durante el Adviento según una costumbre presente en todas las tradiciones litúrgicas, ya que él expresa con gran belleza la esperanza que ha confortado al pueblo elegido en los momentos difíciles de su historia. Esperanza que brota de la fe, tal como recuerda Benedicto XVI: «El profeta encuentra su alegría y su fuerza en la Palabra del Señor y, mientras los hombres buscan a menudo la felicidad por caminos que resultan equivocados, él anuncia la verdadera esperanza, la que no falla porque tiene su fundamento en la fidelidad de Dios. Es el profeta más citado por los escritores del Nuevo Testamento, ya que habla tanto de la gloria del Mesías como de los sufrimientos del siervo de YHWH, que traerán la salvación al pueblo. En Adviento, de él se toman la mayoría de las primeras lecturas de la misa (tanto ferial como dominical) y del Oficio de Lectura. Estos textos son un anuncio de esperanza para los hombres de todos los tiempos, independientemente de las circunstancias concretas que les toque vivir. Todos ansiamos un tiempo en el que las víctimas del egoísmo encuentren justicia, en que las armas se transformen en instrumentos de trabajo y los pueblos vivan unidosAl mismo tiempo, Isaías invita a no permanecer con los brazos cruzados, a preparar activamente el camino del Señor, a hacer posible su venida al mundo: «Preparad el camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale» (Is 40,3-4). Estas palabras serán el corazón del anuncio de san Juan Bautista. La Iglesia las repite en las oraciones de Adviento. El Señor viene, pero quiere que le preparemos el camino abajando los montes del orgullo y rellenando los valles de la indiferencia, enderezando los comportamientos que se han desviado, igualando los derechos de todos. La salvación será un don de Dios en Cristo, pero Él quiere que nos dispongamos convenientemente y, de alguna manera, la adelantemos con nuestras buenas obras.
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

Los personajes del Adviento: San Juan Bautista

Juan Bautista. Es el segundo personaje de Adviento, cuya historia se lee los domingos segundo (en sus tres ciclos) y tercero (ciclos a y b) y los días feriales (desde el sábado de la segunda semana hasta el viernes de la tercera). Las lecturas patrísticas del segundo y tercer domingo, tomadas de Eusebio de Cesarea y de san Agustín, reflexionan sobre su mensaje. Su ayuno, su ascetismo y su oración en la soledad del desierto son un estímulo para los que quieren acoger al «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Bien encarna, por lo tanto, el espíritu de Adviento.

Juan es el punto de unión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre las promesas y su cumplimiento. Es el último de los profetas de Israel (Anuncia, como ellos, la llegada del Mesías, invitando a la conversión ) y el primero de los evangelistas (Da testimonio de que el Mesías ya ha venido, señalándolo entre los hombres). Después de varios años de retiro y soledad, comenzó su tarea de predicación. Muchos lo escucharon y se acercaron al río para participar en el rito penitencial que él proponía. Insistía en que la urgencia de la conversión estaba motivada por la llegada inminente del reino de Dios, tantas veces anunciado por los profetas. Supo reconocer al Mesías y dar testimonio de Él.

Quizás su testimonio más significativo sea el que da poco antes de morir, cuando manda mensajeros a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro?» (Lc 7,19). La franqueza de la pregunta es la garantía de su seriedad. Juan se encuentra al final de su existencia, caracterizada por las privaciones. Vivir de saltamontes y miel silvestre en el desierto no tiene nada que ver con las excursiones turísticas a los lugares santos o con las idealizaciones de las personas devotas. Él lo ha hecho sostenido por el convencimiento de una misión divina. Ahora todo parece hundirse, ya que Jesús no respondía a las expectativas de Juan.

La respuesta de Cristo sirve para confirmarle en la fe y para ponerle un nuevo reto: «Contad a Juan Bautista lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia el Evangelio, y ¡dichosos los que no se escandalicen de mí!» (Lc 7,22-23). Efectivamente, se han cumplido las palabras de Isaías, que indicaban las señales de los días últimos. Si el bien vence sobre el mal y la buena noticia se anuncia a los anawin, al resto humilde de Israel que confiaba en las promesas de Dios y esperaba su realización, es porque han llegado los días de la salvación.

Cuando los embajadores de Juan se retiran, Jesús dice que éste no era «una caña batida por el viento», es decir: un hombre sin raíces ni convicciones, sino un profeta, «e incluso más que un profeta». Juan conocía las obras de Jesús, pero en cierto momento duda de que Él se ajustara a la figura de Mesías que sus contemporáneos esperaban, por lo que corre el riesgo de «escandalizarse». Efectivamente, con Jesús irrumpe en el mundo la novedad de Dios, que cumple las promesas del Antiguo Testamento superándolas, que va más allá de nuestras expectativas, que rompe nuestros esquemas, que nos obliga a hacernos pequeños para ver, más allá de las apariencias, los signos que muestran que Jesús es el que vino, el que vendrá, el que está viniendo.

Jesús invita a creer no solo cuando Dios se adapta a nuestras ideas sino, especialmente, cuando las rompe. Precisamente Juan Bautista, que dará el testimonio supremo al derramar su sangre, se convierte en figura de Jesús, que nos salva por medio del anonadamiento y del don total de sí. El Adviento de Dios sigue aconteciendo en la humildad. Él viene a los corazones de aquellos que no se dejan escandalizar por el hecho de que Dios no se presente como ellos deseaban. Viene a los corazones de los que están abiertos a la perenne novedad de Dios, que nunca se encierra en los pensamientos y deseos de los hombres, por muy nobles que sean.

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

Los personajes del Adviento: María

María. El Vaticano II recuerda que en María confluyen las esperanzas mesiánicas del Antiguo Testamento: «Con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva Economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne» (LG 55). María es modelo excelso de las actitudes propias del Adviento: la confianza en la Palabra de Dios, que cumple sus promesas, y la disponibilidad para acoger al Señor que viene. Por eso, Benedicto XVI la llama «Mujer del Adviento» (Ángelus 28-11-2010) y la propone como modelo para este tiempo litúrgico. Pablo VI, en su encíclica sobre el culto mariano, indica la profunda relación existente entre el Adviento y María: «La liturgia de Adviento, uniendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, presenta un feliz equilibrio cultual que puede ser tomado como norma para impedir toda tendencia a separar el culto a la Virgen de su necesario punto de referencia: Cristo. Resulta así que este periodo, como han observado los especialistas en liturgia, debe ser considerado como un tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor» (Marialis Cultus, 3-4).

De hecho, en las misas de Adviento, María está presente en los textos bíblicos y en las oraciones, subrayando el paralelismo Adán-Cristo y Eva-María, muy común en los Santos Padres. Los textos de la liturgia de las horas también la citan e invocan desde el principio. Ya al final del Adviento, la figura de María se une de una manera indisoluble con el cumplimiento de las promesas y la llegada del tiempo esperado. En el Oficio de Lectura se proponen dos importantes textos de san Ireneo (sobre Eva como antitipo de María) y del beato Isaac de Stella (sobre María como tipo de la Iglesia).

Las actitudes de María se convierten en el modelo que los cristianos deben seguir para vivir el Adviento: su fe, su silencio, su oración, su alabanza agradecida al Padre, su disponibilidad a la voluntad de Dios y al servicio. Las fiestas de la Inmaculada, de Nuestra Señora de Guadalupe y de Nuestra Señora de la Esperanza, celebradas en el corazón de este tiempo litúrgico, subrayan aún más la relación de María con el Adviento, tal como recuerda la Congregación para el Culto Divino: «La Concepción purísima y sin mancha de María, en cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con algunos temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica y recuerda profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados también en la liturgia del Adviento […] La fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre) acrecienta en buena medida la disposición para recibir al Salvador» (Directorio, 102).
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

Los personajes del Adviento: José

José. Terminemos esta reflexión recordando a san José, especialmente presente en los evangelios de los días anteriores a la fiesta de Navidad. Ciertamente, José y María vivieron de una manera única el tiempo de la espera y del nacimiento de Jesús. Como subraya Benedicto XVI, dos aspectos hacen de san José uno de los personajes importantes del Adviento y de toda la historia de la salvación: su descendencia davídica (que él transmite a Jesús) y su condición de justo.

Respecto al primer punto, recuerda que José pertenece a la estirpe de David (cf. Mt 1,20). En cuanto que Jesús es legalmente el «hijo de José» (Lc 4,22), puede reclamar para sí el título mesiánico de «hijo de David» (cf. Mt 22,41-46), dando cumplimiento en su persona a las promesas hechas a su antepasado: «Mantendré el linaje salido de ti y consolidaré tu reino» (2Sm 7,12ss). El Pontífice afirma que, «a través de él, el Niño resultaba legalmente insertado en la descendencia davídica y así daba cumplimiento a las Escrituras, en las que el Mesías había sido profetizado como “hijo de David”» (Ángelus, 18-12-2005). José es el anillo que une a Jesús con la historia de Israel, desde Abrahán en adelante, según la genealogía de Mateo (1,1-16), y con las esperanzas de toda la humanidad, desde Adán, según la genealogía de Lucas (3,23-38).

Respecto al segundo punto, cuando la Escritura llama «justo» a José quiere decir, ante todo, que es un hombre de fe, que ha acogido en su vida la Palabra de Dios y su proyecto sobre él. Como Abrahán, ha renunciado a sus seguridades y se ha puesto en camino sin saber adónde iba, fiándose de Dios. En este sentido, el Papa recuerda que José es «modelo del hombre “justo” (Mt 1,19) que, en perfecta sintonía con su esposa, acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano» (Ángelus, 18-12-2005). De esta manera, vive las verdaderas actitudes del Adviento: la fe inquebrantable en la bondad de Dios, la acogida solícita de su Palabra y la obediencia incondicional a su voluntad. Por eso, añade el Papa, «en él se anuncia el hombre nuevo que mira con fe y fortaleza al futuro, no sigue su propio proyecto sino que se confía a la infinita misericordia de Aquel que cumple las profecías y abre el tiempo de la salvación» (Idem).

Hablando de la relación entre san José y el Adviento, Benedicto XVI reflexiona sobre el silencio del santo Patriarca, manifestación de su actitud contemplativa, del asombro ante el misterio de Dios. Siguiendo su ejemplo, nos invita a vivir este tiempo en actitud de recogimiento interior, para meditar la Palabra de Dios y acogerle cuando viene a nuestra vida: «El silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos. Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia» (Ángelus, 18-12-2005).

El año pasado escribí sobre los orígenes y contenidos del Adviento. Si alguien tiene interés, lo encuentra en:

http://www.caminando-con-jesus.org/CARMELITA/ESDM/ADVIENTO.htm

Si queréis escuchar el himno tradicional de Adviento, el Rorate coeli (Que se abran las nubes y los cielos lluevan al justo), podéis clickar aquí:

http://www.youtube.com/watch?v=f06qdhO_sEY

Y si queréis el himno Ven, Salvador, con la música hebrea tradicional que hoy es el himno de Israel:

http://www.youtube.com/watch?v=JDveqqlhqJk
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

Adviento es tiempo de velar

El que no duda, no busca.

El que no busca, no ve;

el que no ve, está ciego.

Nos preparamos para hacer oración...

Buscamos la postura mejor para vivir ese diálogo con Dios... para ponernos a la escucha de la voz del Señor, que una y otra vez sacude y mueve toda nuestra vida...

Imaginamos que en ese silencio de nuestro interior abrimos bien la puerta de todo nuestro ser, para que llegue mejor al último rincón de nuestra vida, la voz del Señor... su mensaje de esperanza. Sólo somos una puerta que se abre y se abre... a esa presencia de Dios, que trae la salvación para todos...

Vivimos desde el silencio, esta actitud de apertura total a Dios.

Silencio

¡Adviento es tiempo de Velar!

Velar no puede confundirse con la actitud de quien espera, despreocupado, la llegada de ese amigo que ha anunciado que viene. En tal caso, podríamos velar siguiendo con lo nuestro o al calor de las mantas.

Más, si velamos así, seguro que con el ruido o con el sueño no oiremos su llamada a nuestra puerta. Seguro que nuestras ocupaciones nos impedirán que nos ocupemos de él. Seguro nos perdemos la dicha de descontar, uno a uno, los días que faltan para su llegada. Seguro que no vuelve a venir...

Velar consiste en mirar una y otra vez por la ventana. En desplegar nuestras antenas a los cuatro puntos cardinales en busca de algún signo que denote la llegada.

Velar es quitar estorbos y embellecer la casa para que pueda acaecer en ella algo feliz.

Velar ha de consistir en arreglarlo todo para que pueda tener lugar la fiesta, sin perdida de tiempo, apenas llegue el amigo a quien se espera.

Velar la llegada del Amigo que esperamos en Adviento es aún algo más:

Es como acelerar, como garantizar esa misma venida. ¿Cómo va el Señor a resistirse al deseo de reunirse cuanto antes con aquellos que le esperan con tanta impaciencia?

Velar, pues en Adviento, consiste, en fin, en dejar que entre en casa el Evangelio.

Velar es... estar listos... como lo están los médicos de guardia o ese retén de bomberos. Como lo está esa joven mamá con todo preparado para la hora del parto.

En Adviento, estar listos consiste en estar dispuestos a amar. Para abrir nuestras puertas, no lo suficiente, sino de par en par. Para transformar las propias palabras y acciones en herramientas de paz y de acogida para todo el que llegue en el nombre del Señor.

Estar listos es llevar el Evangelio en las manos y en el corazón.

Rom. 13, 11-12 “Conocen, además el tiempo que les ha tocado vivir, ya es hora de que despierten del sueño, pues la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando empezamos a creer. La noche está muy avanzada y el día se acerca; despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz”

Cada instante tiene peso y profundidad, cada momento tiene su gracia. Se nos invita a

despertar, a vigilar, a no vivir alienados o corrompidos. El día se acerca: Cristo es el día.

Cuento:

“Una vez un gran compositor, se encontró con un antiguo compañero, que abandonó, muchos años antes, sus estudios de música para dedicarse a la oración, y le llamó la atención que, a pesar de que sus ropas estaban roídas, en su cara lucía la felicidad.

El compositor, sabiéndole muy creyente preguntó: ¿Qué es para ti Dios?

Él le dijo: Te responderé cuando tú me contestes: ¿Qué es la música para ti?

El compositor, que había dedicado gran parte de su vida a la música, reflexionó unos instantes y le contestó: “Realmente no sé si sabré explicártelo sólo sé que vivo por ella sin saber si la encontré, o me ha encontrado. Ya no recuerdo cómo fue pero al final me ha conquistado. Vivo por ella pues me da toda mi fuerza de verdad, vivo por ella y no me pesa. Vivo por ella yo, también, no te me pongas tan celoso, porque ella entre todas es la más dulce y caliente, como un beso. Ella a mi lado siempre está para apagar mi soledad, más que por mí, por ella yo vivo también. Es la musa que te invita a tocarla suavecita en mi piano, a veces triste, la muerte no existe si ella está aquí.

Vivo por ella pues me da todo el afecto que le sale. A veces pega de verdad pero es un puño que no duele. Vivo por ella porque me da fuerza, valor y realidad para sentirme un poco vivo... ¡Cómo duele cuando falta!

Vivo por ella en un hotel. Cómo brilla fuerte y alta. Vivo por ella en propia piel y si ella canta en mi garganta mis penas más negras espanta.

Vivo por ella y nadie más puede vivir dentro de mí, Ella me da la vida, la vida...

si está junto a mí, si está junto a mí...

Desde un palco o contra un muro vivo por ella al límite, en el trance más oscuro vivo por ella integra. Cada día una conquista la protagonista es ella también.

Vivo por ella porque va dándome siempre la salida.

Porque la música es así fiel y sincera de por vida, vivo por ella y me da noches de amor y libertad.

Si hubiese otra vida, la vivo... por ella también. Ella se llama música, y es mía también

Vivo por ella créeme, por ella también. Yo vivo por ella, yo vivo por ella...

Y el cristiano le contestó: Pues todo eso es Dios para mí”.

CMS TRIGUEROS

¡Adviento es tiempo de escuchar!

Hablar es cosa fácil, no así el Escuchar

Sin duda por eso nos dio el Señor dos orejas pero sólo una lengua.

Oír como quien oye llover. Oír campanas sin saber de dónde, también resulta sencillo.

No así lo de Escuchar

Ponerse a la Escucha de alguien es, en primer lugar, rechazar todo lo que puede distraer

nuestros oídos, nuestra mente, nuestro espíritu.

Escuchar es acallar los tumultos interiores, apartar las fascinaciones de exterior, alejar las interferencias que dispersan la atención y distorsionan la palabra que el otro me dirige.

Escuchar es hacer un silencio lo suficientemente denso como para que yo grite desde él: ¡Ahora tú eres mi centro!, ¡Mi meta!, ¡Mi carrera me lleva únicamente a ti!

Ponerse a la Escucha de alguien es apartar la mirada de uno mismo y volverse hacia el otro, llegar al cara a cara, como diciendo: ¡Aquí estoy¡ ¡No existe para mí ningún otro interés! ¡Estoy listo para percibir hasta el susurro de tu palabra!

Escuchar equivale a acoger. A abrir de par en par todas las puertas tras de las que uno se guarda. A derribar tanta alambrada y frontera tras de las que nos parapetamos.

Escuchar a alguien es descuidarme a mí y preferir al otro. Es preferir al que está ahí, ante mí; y acogerlo con su saco atestado de ropa más o menos limpia, pero que es la suya. Es aceptar que entre en mí, es recibir al otro, con sus sueños y sus deseos; con sus gustos y disgustos; con sus filias y sus fobias. Es prever que va a desordenar los estantes tan cuidadosamente ordenados de mi existencia; es cederle el sitio; es ofrecerle las llaves de la casa, como diciéndole: “Tu presencia me lo va a poner todo patas arriba; pero corro el riesgo: ¡te escucho! ¡Las palabras que me digas serán para mí espíritu y vida”.

Adviento es el tiempo de la Escucha porque es el tiempo en el que, lentamente, asimilamos esa Palabra que ha venido a habitar entre nosotros.

Adviento es el tiempo en el que todos los que Escuchan la Palabra aprenden a cambiar sus tinieblas en claridad. El tiempo en el que, poniéndose a su escucha, se arriesgan a hacer un camino hacia la luz. Adviento es el tiempo en que los hombres Escuchan al Señor por el altavoz de cada prójimo. Es cuando todo lo que endurece los corazones se derrite ante el calor del Evangelio. Es cuando saltan a la boca de uno palabras nuevas y al corazón de uno sentimientos nuevos y a la conducta de uno actitudes nuevas... Así nace el Otro en uno. Por eso, porque…

Lectura del Evangelio: Mt 11. 2-11

DIALOGO ENTRE EL HOMBRE Y DIOS

HOMBRE: ¿Cuánto me quiere Dios?

DIOS: Mucho más que la vela quiere al viento,

más que el mar quiere al agua y la sal,

mucho más que el cristal quiere a la lluvia,

te quiero mucho más

Mucho más que el espacio quiere al tiempo,

que el calor necesita del sol,

mucho más que la huella quiere al suelo,

te quiero mucho más.

HOMBRE: Y yo sin saberlo casi

DIOS: y tu casi sin saber

HOMBRE: los dos somos más que todo, los dos, mucho más

DIOS: Mucho más, que te ames a ti mismo

HOMBRE: Mucho más que me quiero yo a mí

DIOS: Más que el fin puede amar a su principio te quiero mucho más,

HOMBRE: te quiero mucho más.

CMS TRIGUEROS

¡Adviento es tiempo para llamar!

El Señor está cerca. Siempre viene, siempre está cerca. Pero ahora quiere venir a nosotros de una manera especial. Quiere renovar en nosotros el misterio de la Encarnación y la Navidad. Quiere encarnarse en nosotros, por medio de su Espíritu, como palabra y como pan.

Quiere nacer en nosotros como niño. Quiere vivir en íntima y plena comunión con nosotros. Por eso queremos preparar el camino al Señor. Que no encuentre obstáculos cuando se acerca a nuestra casa. Y que tengamos la casa limpia, adornada y con todas las lámparas encendidas.

DIÁLOGO ENTRE EL HOMBRE Y JESUCRISTO

Hombre: SOY YO, QUIEN MIRA LA LLUVIA Y SE ACUERDA DE TI... SOY YO... TAMBIEN, A QUIEN LE HACES FALTA Y SE SIENTE MORIR... SOY YO... SOY YO, QUIEN POR TU PALABRA HA EMPEZADO A SENTIR. AQUEL A QUIEN EN EL CIELO LO HAS HECHO VIVIR, NO LE DES MAS VUELTAS, SIN LUGAR A DUDAS... YO SOY...

Jesucristo: SOY YO... QUIEN BUSCA EL ENCUENTRO PARA SER DE TI... SOY YO... Y SOY... QUIEN TODO LO HA DADO SIN PENSAR EN MI... YO SOY... AQUEL QUE UNA ESTRELLA DEL CIELO TE QUIERE BAJAR QUIEN SOLO AL TENERTE DESPIERTA CON GANAS DE AMAR QUIEN MAS SE TE ARRIMA... QUIEN MAS TE ADIVINA...

SOY YO... SI UN DIA EL UNIVERSO COMPLETO TU QUIERES TE DOY... NO OLVIDES UN LOCO EN EL MUNDO TU TIENES YO SOY... QUIEN MAS TE HA ANHELADO, Y MAS TE HA ESPERADO... SOY YO

Ven, Señor Jesús… Queremos intensificar nuestro deseo de recibirte. Es verdad que debemos convertirnos de nuestros pecados y preparar el camino al Señor, pero la primera conversión la mejor preparación es intensificar el deseo de recibirlo. Que sintamos de verdad la necesidad de que venga. Porque, a lo mejor, lo que queremos que vengan son otras cosas, eso que llamamos “Navidades”, pero no la Navidad de nuestro Señor Jesucristo.

Movidos por el Espíritu, decimos: Ven, Señor Jesús. Ven, porque te necesitamos. Ven a limpiarnos y curarnos. Ven a ahuyentar nuestras tinieblas. Ven a encender nuestro corazón. Ven, Señor Jesús .Porque te queremos. Ven, para que te entreguemos nuestro amor.

Tú eres nuestro hermano y amigo. Tú has querido venir a nosotros y dar la vida por nosotros. ¿Cómo podríamos vivir sin ti?


Lectura del Evangelio: Lc 3. 1-6

Ahora vamos a leer un abecedario, podemos reflexionarlo, por si nos sirve para preparar un corazón que llama

ABECEDARIO:

Agradecer a Dios el habernos regalado las personas con las que convivimos.

Buscar el bien común por encima de los intereses personales.

Corregir con empatía a aquel que se equivoca.

Dar lo mejor de uno mismo, poniéndose siempre al servicio de los otros.

Estimar a los otros sabiendo reconocer sus capacidades.

Facilitar las cosas dando soluciones y no creando más problemas.

Ganar la confianza de los otros compartiendo con ellos sus preocupaciones.

Heredar la capacidad de aquellos que saben ser sinceros con valentía y respeto.

Interceder por los otros a Dios, antes de hablarle de nuestras cosas.

Jamás juzgar a los otros no por lo que tienen ni por lo que aparentan, sino verlos tal y como son.

Limitar las ansias personales frente a las necesidades del grupo.

Llenarse con lo mejor que uno encuentra en el camino de la vida.

Mediar entre los compañeros que no se entienden.

Necesitar de los otros sin ningún prejuicio.

Olvidar el miedo al qué dirán dependiendo de la opinión de los demás.

Preocuparse por los más débiles y necesitados.

Querer siempre el bien de las personas.

Respetar las opiniones de los demás.

Salir al encuentro del otro, no esperando que él dé el primer paso.

Tolerar los defectos y límites propios y ajenos con sentido del humor.

Unirnos todos para vivir en paz y armonía.

Valorarse con realismo sin creerse superior a los demás.

X es una incógnita que invita a la búsqueda constante de La Verdad con mayúscula.

Yuxtaponer ilusiones y esperanzas, trabajos y esfuerzos por crear fraternidad.

Zambullirse sin miedo en el nuevo día que Dios nos regala cada mañana

Al inicio del Adviento, pidamos a la Virgen María que nos ayude a preparar con fe y esperanza este encuentro de amor con Cristo, que se hace hombre como nosotros, para que vivamos como fieles hijos de Dios. “¡Feliz Adviento a todos!”

CMS Trigueros

domingo, 20 de noviembre de 2011

Jesucristo, Rey del universo

El último domingo del Tiempo Ordinario, como conclusión del año litúrgico, la Iglesia celebra a Jesucristo, Rey del universo, por medio del cual quiso Dios «reconciliar consigo todos los seres, los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,20).

Historia. Tradicionalmente se interpretaron como celebraciones en honor de Cristo Rey tanto la Epifanía como el domingo de Ramos. El deseo de una fiesta específica con este título, surgió en el s. XIX, con el deseo de que Cristo reine en la sociedad y ésta se guie por los valores cristianos. La fiesta fue finalmente instituida en 1925 por Pío XI, que la fijó el último domingo de octubre, con claro sentido socio-político. Así lo manifiestan los himnos y oraciones que se compusieron para la misa y del breviario: «A ti los gobernantes de las naciones te exalten con público honor, te honren los maestros y los jueces, te expresen las leyes y las artes. Brillen, a ti sometidas y consagradas, las banderas de los reyes y, con suave cetro, domina las patrias y las familias» (antiguo himno de vísperas). La reforma litúrgica la reinterpretó, subrayando que Jesús es Rey siendo Pastor, Sacerdote y Siervo. La actual colocación de la fiesta subraya la esperanza escatológica del reinado de Cristo (es decir, que Cristo reinará definitivamente solo al fin de los tiempos), que es el tema dominante de los domingos anteriores (últimos del año litúrgico) y posteriores (primeros de Adviento del año siguiente).

Un Reino que «no es de este mundo» (Jn 18,36). El ángel anunció a María que su hijo reinaría para siempre (cf. Lc 1,32-33). Sin embargo, su nacimiento en una cueva y su vida pobre ya hacían presentir que su reinado no tenía sentido político. De hecho, Jesús no permitió que lo nombraran rey (cf. Jn 6,15) y rechazó el estilo de gobernar de «los jefes de las naciones» (cf. Mt 20,25). Solo aceptó este título el domingo de Ramos (cf. Lc 19,38-40) y en el juicio ante Pilatos (cf. Jn 18,37). Efectivamente, su realeza se manifestó en su pasión y cruz, teniendo una caña por cetro, una corona de espinas, unos trapos por manto y una cruz por trono. También lo confiesa rey el cartel de la acusación, redactado en las tres lenguas principales de la época en Tierra Santa (cf. Jn 19,19s): hebreo (idioma religioso), latín (idioma de la economía y del ejército) y griego (idioma de la cultura). No es extraño que los sacerdotes y los ancianos se burlaran de Él diciendo: «Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en Él» (Mt 27,42). Benedicto XVI comenta que, precisamente porque Jesús se entregó libremente a su pasión y renunció a bajar de la cruz, ésta «es el signo paradójico de su realeza […] Ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación, Jesús se convierte en el rey del universo» (Ángelus, 22-11-2009).

El Papa afirma que, mirando a la cruz, se puede comprender qué significa que Jesús es rey: «La realeza de Cristo es revelación y actuación de la de Dios Padre, que gobierna todas las cosas con amor y con justicia. El Padre encomendó al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna, amándolos hasta el supremo sacrificio» (Ángelus, 23-11-2008). Efectivamente, Jesús «no vino a dominar sobre pueblos y territorios, sino a liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y a reconciliarlos con Dios […] Ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del “príncipe de este mundo” (Jn 12,31) e instauró definitivamente el Reino de Dios» (Ángelus, 26-11-2006). En realidad, el reinado de Cristo en la cruz manifiesta que su poder no se corresponde con el que se ejercita en el mundo, sino que «es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa» (Ángelus, 22-11-2009).

Dadas las características que estamos comentando, no puede extrañarnos que la liturgia subraye la dimensión futura de este reinado, que se manifestará plenamente al final de los tiempos, cuando todos los enemigos y la muerte le serán sometidos (cf. 1Cor 15,25-26). Pero esto no puede hacernos olvidar que este Reino de Cristo ya ha comenzado, que se está realizando en la historia y que estamos llamados a incorporarnos a él. La Iglesia es un anticipo del futuro reino de Dios. Es la nueva Jerusalén, aún imperfecta porque peregrina en la historia, pero capaz de anticipar ya la Jerusalén celestial.

Cristo, Señor del tiempo y de la historia. Las lecturas y oraciones de ese día recuerdan el sacrificio redentor del Señor y dirigen la mirada de los fieles hacia su retorno glorioso al final de los tiempos, cuando lleve la creación entera a su plenitud, para la que fue creada, «y así Dios lo será todo para todos» (1Cor 15,28). Al mismo tiempo, los animan a esforzarse en el trabajo diario para que el Reino de Cristo, «Reino de la verdad y de la vida, de la santidad y de la gracia, de la justicia, el amor y la paz» (prefacio del día), se establezca ya en el mundo y alcance a todos los hombres.

Una vez más, la liturgia cristiana confiesa a Cristo como «el alfa y la omega, el que es, el que era y el que viene» (Ap 1,8), principio y fin de toda la obra creadora y salvadora de Dios. Por eso, Benedicto XVI recuerda que Cristo es el Señor del tiempo y de la historia y dice que esa fiesta invita a la contemplación de Cristo y de su misterio en sus dos dimensiones principales: «La creación de todas las cosas y su reconciliación. En el primer aspecto, el señorío de Cristo consiste en que “todo fue creado por Él y para Él” […] La segunda dimensión se centra en el misterio pascual: mediante la muerte en la cruz del Hijo, Dios ha reconciliado consigo a todas las criaturas […] La realeza de Jesús se manifiesta en toda su amplitud cósmica» (Homilía, 25-11-2007).

Ciclo a. año 2011. En el evangelio de la misa de este año se leen las palabras de Jesús: «Venid, benditos de mi Padre, y heredad el Reino preparado para vosotros desde antes de la creación del mundo». Éste es el mensaje central de la liturgia del día: Dios tiene un proyecto eterno sobre nosotros, un proyecto previo a la creación del mundo, un maravilloso proyecto de amor. Hemos sido creados para heredar su Reino, para participar de su misma vida, para heredar una bendición.

Con la fiesta de Cristo Rey termina el año litúrgico, y éste es el mensaje que las celebraciones de todo el año nos han intentado transmitir. En navidad celebramos que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para buscar a la oveja que estaba perdida. Es lo que dice el profeta Ezequiel en la primera lectura de esta fiesta: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas […] y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se dispersaron». Al contemplar su vida pública se nos anuncia que su predicación y sus milagros fueron la obra del Buen Pastor, tal como canta el salmo del día: «El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas». Su muerte en la Cruz es la ofrenda de su propia vida para convertirnos en herederos del Reino, tal como reza el prefacio: «Ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la Cruz, consumó el misterio de la redención humana». Su gloriosa resurrección y ascensión al cielo es la apertura de las puertas del Paraíso, tal como recuerda san Pablo en la segunda lectura: «Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos, como primicia». Las mismas celebraciones anuales en memoria de los Santos son un testimonio de que una muchedumbre nos precede y nos espera en el Reino. Definitivamente, estas pocas palabras condensan toda la liturgia de la Iglesia: «Venid, benditos de mi Padre, y heredad el Reino preparado para vosotros desde antes de la creación del mundo».

El terrible drama que se plantea es que Dios ha preparado para nosotros su Reino y quiere acogernos en él desde toda la eternidad, pero respeta nuestra libertad, no nos fuerza. Si escuchamos sus palabras y nos revestimos de sus sentimientos de compasión y misericordia, visitando a los enfermos, compartiendo lo que tenemos con los necesitados, acogiendo a los emigrantes, alimentando a los hambrientos… las puertas del Reino se nos abrirán automáticamente. Pero si, por el contrario, nos cerramos ante el sufrimiento de los hermanos, nos desinteresamos de sus problemas, nos encerramos en nuestro egoísmo… nos estamos autoexcluyendo del Reino. Como decía San Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor».

Señor Jesús, te doy gracias de corazón por haber pensado en mí desde antes de la creación del mundo, por haberme destinado a heredar tu Reino, por haberme revelado el camino, por ser mi alimento y mi báculo. Te doy gracias por las personas que me han vestido y alimentado, por los que me han visitado y enseñado, por los que han tenido paciencia conmigo y me han perdonado… Eras tú mismo quien me visitaba y me tendía una mano en ellos. Te doy gracias por las personas que han pedido mi ayuda y me han expuesto sus necesidades, por los que han confiado en mí, por aquellos que he podido consolar o ayudar en sus necesidades… Eras Tú quien me esperaba en ellos. Te pido perdón por todas las veces que he ignorado el sufrimiento de mis hermanos, por todas las veces que no he sabido acoger, compartir, escuchar con paciencia, perdonar… Era a ti a quien rechazaba en ellos. Te pido por los que tú me has dado, los que has unido en mi corazón y que forman parte de mi vida; que la certeza de estar destinados, desde antes de la creación del mundo, a heredar tu Reino sea su gozo y su esperanza. Que el escuchar de tu boca que son «benditos», «dichosos», «bienaventurados»… llene de alegría sus existencias. Amén.

Podéis aprovechar para orar mientras escucháis un canto en honor de Cristo, al que sean dadas la gloria y la alabanza por los siglos. Amén.