El evangelio de hoy recuerda la llamada del Señor a sus primeros discípulos: “Seguidme y os haré pescadores de hombres” (Mt 4,19). El texto añade que ellos, “dejándolo todo, inmediatamente lo siguieron” (Mt 4,20). El Señor sigue haciendo la misma invitación a muchas personas. A mí me la hizo hace algún tiempo y me la sigue haciendo hoy. Entonces me fue fácil dejarlo todo y seguirle “inmediatamente”. Hoy me cuesta un poco más. A veces me hago el remolón. Cuando creo que ya puedo descansar, Él vuelve a decirme que deje todo y me pide un nuevo servicio, una manera nueva de seguirle. Quiero mantenerme en espíritu de disponibilidad, para ir donde su gloria me llame, aunque me cueste. Yo sé por experiencia que he estado a gusto en todos mis destinos y que he tenido su ayuda en todas las tareas que se me han encomendado. La gracia del Señor me ha precedido y me ha acompañado siempre. Y creo que será así también en el futuro.
En 2009 se cumplieron 25 años desde que sentí la llamada del Señor a seguirle más de cerca. Era el 13 de noviembre de 1984. Yo tenía 18 años recién cumplidos y me encontraba en Zaragoza, estudiando derecho. Recuerdo perfectamente el momento y el lugar. No vi ni oí nada especial, pero ciertamente sentí una presencia cercana. Se produjo un diálogo sin palabras, en lo más profundo de mi alma. Cristo me hacía comprender con toda claridad que me quería en el Carmelo. Me resistí durante algún rato, pero Él venció. Al día siguiente pedí el ingreso en la Orden. Con unas cosas y otras, empecé el postulantado en Valencia el 5 de enero de 1985.
En 2010 se cumplieron 25 años de mi toma de hábito, con la que inicié el santo noviciado. Llegué a Úbeda en el mes de septiembre. Los primeros días me costaba entender lo que decían (pueden imaginarse uno de Castilla la Vieja que viaja por primera vez a Andalucía). Aún recuerdo el salmo responsorial del día de mi llegada, que decía “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado” y que en boca del que lo cantaba me sonaba algo así como “Tensarsaré, Señó, poque mas librao”. El prior de la casa era el P. Antonio José de Torres y el maestro de novicios el P. José Fernández Marín. Nunca podré dar suficientes gracias a Dios por ellos, por sus enseñanzas, por su ejemplo.
Este año 2011 se cumplen 25 años de mi consagración religiosa. Fue el 21 de septiembre de 1986, el mismo día que cumplí 20 años de edad. Antes de hacer los votos, el celebrante principal nos preguntó: “¿Qué queréis, hermanos? Y los candidatos respondimos: “La misericordia de Dios, la pobreza de la Orden y la compañía de los hermanos”. En estos años, muchas veces he recordado estas palabras y se las he repetido al Señor. Quiera Él, por su bondad, que pueda repetírselas cada día de mi vida.
Lamentablemente, en Occidente, hoy son pocos los jóvenes que escuchan la llamada del Señor. ¡No saben lo que se pierden! Puedo certificar que Él da el ciento por uno a los que se deciden a seguirlo. Ciertamente, “su gracia vale más que la vida” (Sal 63 [62],4). A veces, cuando tomamos conciencia de que detrás de nosotros vienen pocos, podemos desanimarnos. Como si la salvación del mundo dependiera de nosotros o de que nuestros conventos sigan abiertos. Cristo es el único salvador, ayer, hoy y siempre. Y Él sabrá sacar bien incluso de los males. Mientras tanto, a mí, que miro demasiado a mi alrededor y me preocupo por lo que los otros hacen o dejan de hacer, el Señor me dice: “¿Tú me amas más que éstos?” (Jn 21,15). No me pregunta si otros vienen o van, si somos muchos o pocos, jóvenes o ancianos. Sólo me dice: “¿Tú me amas más que éstos?” Y cuando le pregunto por la falta de vocaciones, por los jóvenes, por el futuro de la vida religiosa y de la Iglesia, sólo me responde: “¿A ti qué? Tú sígueme” (Jn 21,22).
Esto me hace comprender que tengo que orar por todos y desear el bien de todos, pero que soy responsable ante el Señor sólo de mi respuesta personal. Él me pide que lo siga con corazón sincero, amándolo con toda mi alma, con todo mi corazón y con todas mis fuerzas. Y yo, en esta mañana del domingo, le digo una vez más: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 40 [39],8). Haz de mí lo que quieras, mándame donde quieras, pídeme lo que quieras. Sea lo que sea. Sólo quiero lo que Tú quieras. Amén.
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.